Ya ha pasado más de un siglo
desde que Freud aportó su explicación acerca de cómo funciona nuestro aparato
psíquico y que a día de hoy sigue arrojando luz ante la complicada tarea de
descifrar cuáles son los códigos que rigen nuestra mente.
Todo nuestro conocimiento
(aquello que es pensado, sentido, nuestros afectos etc.) se alberga en
diferentes “lugares” (topos) a los
que tenemos mayor o menor acceso: el consciente, el preconsciente y el inconsciente.
Nos reconocemos con destreza en
el campo de la conciencia, es decir, en aquello que somos capaces de
racionalizar desde la óptica más visible que rodea a nuestra comprensión. Pero
nuestra conciencia encuentra sus límites en el preconsciente y en su lugar más
lejano: el inconsciente.
Entendemos por tanto que la
manera en la que gestionamos nuestras emociones en general y nuestros
conflictos en particular, no siempre se corresponde con una lectura desde el
nivel consciente.
Sólo tenemos acceso a una parte
del contenido psíquico: la que previamente ha pasado el filtro del preconsciente
que separa el inconsciente de la consciencia y que vela por mantener un
equilibrio entre lo que sabemos y lo que
desconocemos de nosotros mismos para hacernos más llevaderas nuestras
explicaciones.
Por ejemplo, imaginemos un hombre
que se comporta con excesiva lejanía emocional en sus relaciones de pareja dando lugar con ello a continuas rupturas
sentimentales tempranas.
Las razones conscientes que se da
pueden ser: no me siento preparado para el compromiso, la otra persona no
estaba suficientemente implicada, no me daba razones para confiar en ella, no
encajábamos bien, etc.
Sin embargo, aunque estas
explicaciones puedan corresponder al nivel consciente, quizás el conflicto que
se pone en juego en cada uno de los intentos fallidos por mantener una
estabilidad en la pareja respondan al miedo al abandono.
Ahí es donde el inconsciente hace
su trampa: antes de sufrir el temido abandono por la otra persona, “soy yo
quien abandona la relación”. De esa manera “el abandono no me coge desprevenido
porque soy yo quien lo lleva a cabo y tampoco me implico tanto en las
relaciones como para sufrir la ruptura”.
Así me “protejo” de mis miedos
inconscientes: nadie me abandona, ni quedo devastado por el duelo. Si no tengo
nada (pareja), nada puedo perder, de forma que la mejor manera de no perder (de
no ser abandonado) es no tener (una relación duradera).
Sin embargo ese miedo
inconsciente que no se reconoce ni se percibe, está implicado en todas las
relaciones que se establecen.