lunes, 23 de junio de 2014

EL INCONSCIENTE

Ya ha pasado más de un siglo desde que Freud aportó su explicación acerca de cómo funciona nuestro aparato psíquico y que a día de hoy sigue arrojando luz ante la complicada tarea de descifrar cuáles son los códigos que rigen nuestra mente.


Todo nuestro conocimiento (aquello que es pensado, sentido, nuestros afectos etc.) se alberga en diferentes “lugares” (topos) a los que tenemos mayor o menor acceso: el consciente, el preconsciente y el inconsciente.

Nos reconocemos con destreza en el campo de la conciencia, es decir, en aquello que somos capaces de racionalizar desde la óptica más visible que rodea a nuestra comprensión. Pero nuestra conciencia encuentra sus límites en el preconsciente y en su lugar más lejano: el inconsciente.

Entendemos por tanto que la manera en la que gestionamos nuestras emociones en general y nuestros conflictos en particular, no siempre se corresponde con una lectura desde el nivel consciente.

Sólo tenemos acceso a una parte del contenido psíquico: la que previamente ha pasado el filtro del preconsciente que separa el inconsciente de la consciencia y que vela por mantener un equilibrio entre lo que sabemos  y lo que desconocemos de nosotros mismos para hacernos más llevaderas nuestras explicaciones.

Por ejemplo, imaginemos un hombre que se comporta con excesiva lejanía emocional en sus relaciones de pareja  dando lugar con ello a continuas rupturas sentimentales tempranas.

Las razones conscientes que se da pueden ser: no me siento preparado para el compromiso, la otra persona no estaba suficientemente implicada, no me daba razones para confiar en ella, no encajábamos bien, etc.

Sin embargo, aunque estas explicaciones puedan corresponder al nivel consciente, quizás el conflicto que se pone en juego en cada uno de los intentos fallidos por mantener una estabilidad en la pareja respondan al miedo al abandono.

Ahí es donde el inconsciente hace su trampa: antes de sufrir el temido abandono por la otra persona, “soy yo quien abandona la relación”. De esa manera “el abandono no me coge desprevenido porque soy yo quien lo lleva a cabo y tampoco me implico tanto en las relaciones como para sufrir la ruptura”.

Así me “protejo” de mis miedos inconscientes: nadie me abandona, ni quedo devastado por el duelo. Si no tengo nada (pareja), nada puedo perder, de forma que la mejor manera de no perder (de no ser abandonado) es no tener (una relación duradera).


Sin embargo ese miedo inconsciente que no se reconoce ni se percibe, está implicado en todas las relaciones que se establecen.