Si partimos de la propia
definición de la estructura social, siguiendo la teoría de los vínculos cruzados, dentro de una organización
cualquiera (pensemos nuestro país) aparecen diferentes afiliaciones en función
de distintas modalidades (pluralidad social, distintas religiones, grupos de
edad, partidos políticos…).
Sabemos que el ser humano es un
animal social que necesita sentirse afiliado a un grupo. Por tanto, los
individuos por separado tenderán a agruparse en función de intereses comunes de
manera natural y a defender a los integrantes de su grupo por un proceso de
cohesión social. Siendo todos miembros de un mismo grupo (España):
¿Por qué surge el conflicto?
Una de sus bases fundamentales
radica en la primera elección que hace el grupo: si el grupo (todos los
españoles) decide cooperar, es menos
probable que surja el conflicto. Si por el contrario el grupo decide competir, hallando como resultado la
división de las personas en grupos beneficiados y desfavorecidos, aparece el
conflicto.
¿Por qué entonces el grupo decide competir?
Según la teoría realista del conflicto social de Sherif, los grupos tienden
a competir cuando existen motivos realistas, esto es, cuando hay recursos
apetecibles por los que luchar (imaginemos cuestiones de poder, riqueza, etc) y
solo cooperan si hay un objetivo común supraordenado, pongamos por ejemplo el
bien común de todos los españoles.
Siguiendo esta teoría, la sociedad donde aparece el conflicto es
aquella que desprecia el bien común (supraordenado de todos los españoles)
frente a la ambición de los recursos (llamémosle dinero, poder o privilegio).
Pero retrocedamos de nuevo al
punto de partida: la decisión de cooperar o competir analizado ahora desde la teoría de los juegos de Morton Deutsch
que estudió los conflictos interpersonales según el cual los grupos se sienten
motivados a maximizar sus intereses, existiendo tres supuestos básicos
(imaginemos que los grupos de los que hablamos fueran: la clase política y los
ciudadanos):
- Si ambos grupos optan por competir, ambos perderán.
- Por el contrario si ambos grupos optan por cooperar, ambos saldrán ganando.
- Sin embargo, si un grupo elige la competición cuando el otro grupo ha optado por cooperar, el resultado favorece a los primeros.
¿Qué creen que decidirán los
grupos?
Dos personas de manera conjunta
han perpetrado un asesinato. En el momento de someterse al interrogatorio por
separado saben que:
- Si ambos mantienen su versión de inocencia, los dos quedarán libres.
- Si uno de ellos compite (es decir, delata al compañero) y el otro sigue el pacto (coopera, es decir, mantiene la inocencia) el primero quedará libre y el segundo preso.
- Y si ambos compiten inculpando al otro, ambos perderán.
Retomando la pregunta ¿qué creen
que decidirán los individuos?
Bien, pues según las investigaciones
de laboratorio de Oskamp y Perlam, los individuos suelen elegir la competición
incluso cuando los resultados son desfavorables para ambos jugadores.
A sabiendas de que hay una
tendencia a competir frente a colaborar, analicemos entonces sus implicaciones.
¿Qué hay de las consecuencias de
la competición?
Una de ellas: situaciones de
desigualdad social o individual.
Alex de Tocqueville, con su teoría de la privación relativa rebela
que la percepción de privación, es decir, de personas o grupos desfavorecidos
(por decir, los ciudadanos) frente a otros privilegiados (por seguir
elucubrando, los políticos) genera revueltas (por ejemplo, manifestaciones).
Porque tal y como señala la
teoría de la equidad, buscamos
justicia entre las contribuciones aportadas por una meta (tiempo, esfuerzo, trabajo) y los resultados
obtenidos (salario, seguridad, sanidad).
Tanto esta como la anterior
teoría explicarían las reacciones de descontento y lucha de una sociedad por
intentar equilibrar la justicia social, escapando así de las situaciones de
privación.
Pero ¿y si alguien estuviera
interesado en frenar la oleada de rebelión para mantener su condición de
privilegio (supongamos un presidente, supongamos un jefe)?
¿Cómo lo haría?
Como en este análisis del
conflicto, el grupo desfavorecido (pensemos, los ciudadanos), no es el único
que juega sus cartas, tenemos otro aspecto a considerar del bando contrario
(los privilegiados, llamémosles políticos, bancos… o “X”):
Aquí nos encontramos con otra
teoría: la llamada falsa conciencia,
por la cual el grupo dominante aboca a los grupos desfavorecidos a minimizar la
importancia de sus propias contribuciones.
Este tipo de “depreciación” suele
conllevar un impacto negativo sobre la identidad social de los grupos
desfavorecidos, sosteniendo estereotipos sobre los grupos minoritarios y
fomentando la idea de que están desfavorecidos porque son personas perezosas,
poco motivadas para el trabajo, poco formadas… lo que legitima la
discriminación.
Vayámonos por un momento al
extremo de dicha concepción. El grupo desfavorecido asume ser culpable de su
propia situación, por decir: la crisis, por ejemplo transmitiendo la idea de
que la deuda contraída por las familias,
los ciudadanos, que han vivido por
encima de sus posibilidades es la razón de la deuda pública, aplacando así su
motivación para salir de una posición de inferioridad o bien apelando de manera
individual a las diferencias en la contribución del bienestar.
A sabiendas de que los individuos
por separado se sienten menos motivados a luchar que los grupos,
imaginemos el siguiente supuesto que reúne los dos aspectos mencionados:
la falsa conciencia y la disgregación de los grupos por individuos aislados:
Supuesto:
Un empresario convoca a sus
trabajadores por separado para hacer
constar las diferencias en el
rendimiento de sus empleados, negociando contratos distintos para cada uno de
ellos, evitando por una parte la revuelta y responsabilizando por otra a sus
trabajadores de la situación de precariedad.
El juego de la falsa conciencia y la división de los
individuos aplaca, acalla y divide al grupo manteniendo la privación e
injusticia social.
Y si estas razones no son
suficientes añadimos una más a la pregunta:
¿Por qué tanto descontento?
Una última teoría psicológica: la
de la justicia procesal, que postula
que el conflicto es provocado por una desigualdad de poder en los procesos de
toma de decisiones, sobre todo cuando afectan profundamente a los intereses y
la propia supervivencia de los grupos (imaginemos, decisiones del gobierno
frente a la voz del pueblo).
La propuesta de Azzi plantea que
la resolución del conflicto consistiría
en la promoción de instituciones cuyo funcionamiento implique un reparto
igualitario de poder entre todos los grupos afectados, donde se escuchen todas
las voces y la decisión sea consensuada y no impuesta unilateralmente.