lunes, 23 de junio de 2014

TEORÍAS PSICOLÓGICAS DE LA INJUSTICIA SOCIAL

Si partimos de la propia definición de la estructura social, siguiendo la teoría de los vínculos cruzados, dentro de una organización cualquiera (pensemos nuestro país) aparecen diferentes afiliaciones en función de distintas modalidades (pluralidad social, distintas religiones, grupos de edad, partidos políticos…).

Sabemos que el ser humano es un animal social que necesita sentirse afiliado a un grupo. Por tanto, los individuos por separado tenderán a agruparse en función de intereses comunes de manera natural y a defender a los integrantes de su grupo por un proceso de cohesión social. Siendo todos miembros de un mismo grupo (España):

¿Por qué surge el conflicto?


Una de sus bases fundamentales radica en la primera elección que hace el grupo: si el grupo (todos los españoles) decide cooperar, es menos probable que surja el conflicto. Si por el contrario el grupo decide competir, hallando como resultado la división de las personas en grupos beneficiados y desfavorecidos, aparece el conflicto.

¿Por qué entonces el grupo decide competir?

Según la teoría realista del conflicto social de Sherif, los grupos tienden a competir cuando existen motivos realistas, esto es, cuando hay recursos apetecibles por los que luchar (imaginemos cuestiones de poder, riqueza, etc) y solo cooperan si hay un objetivo común supraordenado, pongamos por ejemplo el bien común de todos los españoles.

Siguiendo esta teoría,  la sociedad donde aparece el conflicto es aquella que desprecia el bien común (supraordenado de todos los españoles) frente a la ambición de los recursos (llamémosle dinero, poder o privilegio).

Pero retrocedamos de nuevo al punto de partida: la decisión de cooperar o competir analizado ahora desde la teoría de los juegos de Morton Deutsch que estudió los conflictos interpersonales según el cual los grupos se sienten motivados a maximizar sus intereses, existiendo tres supuestos básicos (imaginemos que los grupos de los que hablamos fueran: la clase política y los ciudadanos): 

  1. Si ambos grupos optan por competir, ambos perderán.
  2. Por el contrario si ambos grupos optan por cooperar, ambos saldrán ganando.
  3. Sin embargo, si un grupo elige la competición cuando el otro grupo ha optado por cooperar, el resultado favorece a los primeros.

¿Qué creen que decidirán los grupos?

 Apliquemos el mismo dilema de la semana pasada al fenómeno estudiado en criminología sobre las decisiones de los  individuos en el siguiente supuesto ficticio:

Dos personas de manera conjunta han perpetrado un asesinato. En el momento de someterse al interrogatorio por separado saben que:

  1. Si ambos mantienen su versión de inocencia, los dos quedarán libres.
  2. Si uno de ellos compite (es decir, delata al compañero) y el otro sigue el pacto (coopera, es decir, mantiene la inocencia) el primero quedará libre y el segundo preso.
  3. Y si ambos compiten inculpando al otro, ambos perderán.

Retomando la pregunta ¿qué creen que decidirán los individuos?

Bien, pues según las investigaciones de laboratorio de Oskamp y Perlam, los individuos suelen elegir la competición incluso cuando los resultados son desfavorables para ambos jugadores.

A sabiendas de que hay una tendencia a competir frente a colaborar, analicemos entonces sus implicaciones.

¿Qué hay de las consecuencias de la competición?

Una de ellas: situaciones de desigualdad social o individual.
Alex de Tocqueville, con su teoría de la privación relativa rebela que la percepción de privación, es decir, de personas o grupos desfavorecidos (por decir, los ciudadanos) frente a otros privilegiados (por seguir elucubrando, los políticos) genera revueltas (por ejemplo, manifestaciones).

Porque tal y como señala la teoría de la equidad, buscamos justicia entre las contribuciones aportadas por una meta  (tiempo, esfuerzo, trabajo) y los resultados obtenidos (salario, seguridad, sanidad).

Tanto esta como la anterior teoría explicarían las reacciones de descontento y lucha de una sociedad por intentar equilibrar la justicia social, escapando así de las situaciones de privación.

Pero ¿y si alguien estuviera interesado en frenar la oleada de rebelión para mantener su condición de privilegio (supongamos un presidente, supongamos un jefe)?

¿Cómo lo haría?
Como en este análisis del conflicto, el grupo desfavorecido (pensemos, los ciudadanos), no es el único que juega sus cartas, tenemos otro aspecto a considerar del bando contrario (los privilegiados, llamémosles políticos, bancos… o “X”):

Aquí nos encontramos con otra teoría: la llamada falsa conciencia, por la cual el grupo dominante aboca a los grupos desfavorecidos a minimizar la importancia de sus propias contribuciones.

Este tipo de “depreciación” suele conllevar un impacto negativo sobre la identidad social de los grupos desfavorecidos, sosteniendo estereotipos sobre los grupos minoritarios y fomentando la idea de que están desfavorecidos porque son personas perezosas, poco motivadas para el trabajo, poco formadas… lo que legitima la discriminación.

Vayámonos por un momento al extremo de dicha concepción. El grupo desfavorecido asume ser culpable de su propia situación, por decir: la crisis, por ejemplo transmitiendo la idea de que la deuda contraída por las  familias, los ciudadanos, que  han vivido por encima de sus posibilidades es la razón de la deuda pública, aplacando así su motivación para salir de una posición de inferioridad o bien apelando de manera individual a las diferencias en la contribución del bienestar.

A sabiendas de que los individuos por separado se sienten menos motivados a luchar que  los grupos,  imaginemos el siguiente supuesto que reúne los dos aspectos mencionados: la falsa conciencia y la disgregación de los grupos por individuos aislados:

Supuesto:

Un empresario convoca a sus trabajadores por separado para hacer constar las diferencias en el rendimiento de sus empleados, negociando contratos distintos para cada uno de ellos, evitando por una parte la revuelta y responsabilizando por otra a sus trabajadores de la situación de precariedad.

El juego de la falsa conciencia y la división de los individuos aplaca, acalla y divide al grupo manteniendo la privación e injusticia social.

Y si estas razones no son suficientes añadimos una más a la pregunta:

¿Por qué tanto descontento?

Una última teoría psicológica: la de la justicia procesal, que postula que el conflicto es provocado por una desigualdad de poder en los procesos de toma de decisiones, sobre todo cuando afectan profundamente a los intereses y la propia supervivencia de los grupos (imaginemos, decisiones del gobierno frente a la voz del pueblo).

La propuesta de Azzi plantea que la resolución  del conflicto consistiría en la promoción de instituciones cuyo funcionamiento implique un reparto igualitario de poder entre todos los grupos afectados, donde se escuchen todas las voces y la decisión sea consensuada y no impuesta unilateralmente.