Si de algo podemos sentirnos
orgullosos los psicoanalistas es que tenemos una explicación para casi todo, y
si no la tenemos ya nos encargamos de buscarla hasta debajo de las piedras con
tal de que ninguna pregunta quede por responder.
De manera que con nuestra teoría
del inconsciente, por la que reconocemos no saber lo que se esconde detrás de
cada elección, formulamos un conjunto de hipótesis para dar sentido a los comportamientos,
sentimientos y pensamientos que nos definen.
Y como no podía ser de otra
manera, entre ellas se encuentran las que se refieren a la elección de la pareja,
máximo representante de la necesidad de compañía del ser humano, en forma de
atracción hacia nuestros semejantes para huir de la soledad (Erich From).
Si
partimos de las teorías básicas de estructuración de la personalidad que comienza
a elaborarse en la infancia, los referentes más directos e influyentes sobre
nuestra psique son los padres.
Es de
esperar por tanto que los hijos encuentren en el progenitor del mismo sexo la figura con la que identificarse y del sexo
opuesto su primera figura de amor,
siendo para el niño la madre y para la niña el padre (también llamado en el
argot psicoanalítico complejo de Edipo y Electra).
De manera
que en la vida adulta el legado de aquella herencia se traduce en una elección
de amor siguiendo los patrones originarios de similitud con el padre o la
madre, como puede ser el parecido físico, la profesión, éxito social, actitudes
proteccionistas, autoritarias, características personales como la exigencia,
inseguridad, perfeccionismo, liderazgo, o elementos simbólicos.
Las
parejas que se estructuran en base a este supuesto evidencian su elección en el
apelativo cariñoso de papi y mami utilizado
para dirigirse a su hombre o mujer.
Quizás,
una vez adoptados los roles de padre y madre respectivamente en la pareja, el
cariño, apoyo, incondicionalidad y compromiso estén servidos, pudiendo
sobrevivir la pareja papá-mamá toda
la vida. Sin embargo la intimidad entre ellos puede encontrase con importantes
barreras, pues las figuras paterna y materna están desprovistas de toda
erotización, y mezclar ambas representaciones (pareja-padre o pareja-madre) resulta
incompatible.
Para
ilustrar con un ejemplo rescato la provocadora pregunta que un profesor de
psicoanálisis nos hizo al grupo que estudiábamos la dinámica del amor a través
de los textos Freudianos y que a nadie dejó indiferente: ¿saben lo que deben
hacer para mantener a un hombre en sus vidas? Conviértanse en su madre
cuidadora y no podrán abandonarlas.
De
cualquier manera, hace falta un consenso implícito por ambas partes donde los
términos de este amor llamado anaclítico
se consagre en aras de la dependencia con el otro adquiriendo así un sentido más
de necesidad que de amor.
Pero esa no es la única
explicación que tenemos acerca de cuales son nuestras motivaciones
(inconscientes) a la hora de elegir una pareja, pues no solo se pone en juego
las características que tiene la otra persona, sino también las nuestras. Es
decir, la elección de la pareja en función de características propias, también
llamado elección de amor narcisista.
En este tipo de parejas se ama el
rasgo del otro que se ama de uno mismo, donde la búsqueda de características
del otro va en función de las que uno valora de sí y por tanto de los demás.
Este tipo de parejas serán aquellas que presumen ser muy parecidos, haciendo
alarde de su similitud como símbolo de la unión.
Una vez escuché a un recién
enamorado responder a la pregunta de ¿qué te enamoró de ella? diciendo: es
igual que yo pero en mujer.
Con frecuencia el postulado
analítico vincula más este tipo de elección a la mujer que al hombre, bajo el
supuesto de que nuestra elección de objeto (entendido en este caso como
elección de pareja) no es tanto por las virtudes del objeto en sí (atributos
físicos o personales del hombre) como por cuan queridas nos hacen sentir.
Lo que explicaría una mayor
preocupación de la mujer por escuchar en boca de su amado que la quiere, siendo
una necesidad más urgente la de comprobar que él me quiere que la de responder
a la pregunta ¿lo quiero yo a él?
Al igual que sucede con la
sexualidad, manejada desde el deseo del otro y no desde el placer compartido,
como los que solo pueden disfrutar una vez que son capaces de proveer de
placer.
Pero aquí no acaban las
elucubraciones acerca del amor. También se ha teorizado acerca del llamado amor
fantasmático, por el que se busca que la pareja dé sustento al patrón que
uno desempeña a lo largo de la vida. Este tipo de amor explicaría el por qué,
tras una relación tormentosa de maltrato, la siguiente pareja resulta ser de
nuevo un maltratador.
Imaginemos que cada cual ocupa
una posición psíquica en su vida, como si fueran los papeles que se reparten en
una función de teatro y que corresponden al fantasma al que nos referimos.
Pues bien, dentro de la basta
complejidad de los roles que el ser humano es capaz de representar, o dicho de
otro modo, de los “fantasmas” con los que uno carga, la víctima es uno de
tantos que se expresan a través del amor y que se traducen en elecciones de
amantes verdugos que completen la asignación.
Es decir, el fantasma sería el esquema
integrado de una identidad compleja que busca su correlato. De esta
forma, el fantasma de la víctima solo se complementa con el verdugo, el del amo
con el del esclavo, que se busca inconscientemente para que el guión adquiera
sentido.
Y en referencia a características
más puntuales y acotadas de la personalidad, nos encontramos con el amor sintomático.
Siguiendo la metáfora teatral
anterior, a algunos les toca desempeñar el papel protagonista: líderes sociales
en el escenario de la vida que sin duda elegirán parejas que no le hagan
competencia. Otros sin embargo serán los actores secundarios: los que nadie
conoce, los que pueden ser sustituidos por cualquiera, los que pasan sin pena
ni gloria por la escena, como sería la suerte de los introvertidos, condenados
al anonimato en cualquiera de sus círculos relacionales.
Como el testimonio de una joven
cercana, silenciosa y reservada en extremo, que mantiene una relación duradera
con un chico dinámico, movilizador y “parlanchín” hasta la saciedad.
Ambos perfectamente encajados a
su pareja a través del síntoma: junto a
él, el pasar desapercibida es tarea fácil. Junto a ella, el sobresalir en
cualquier encuentro está asegurado.
Pero no todas las elecciones de pareja
se hacen en base a un supuesto enredado y cuestionable que oscurezca la belleza
que entraña el amor. También el amor
maduro, aparece en nuestras clasificaciones con el nombre de partenaire-síntoma.
Este tipo de relación de pareja
aparece cuando no se pretende buscar sustitutos del padre o la madre en el amor anaclítico desprovisto de
sexualidad, donde la dependencia se significa por encima del compromiso.
Tampoco responde a la elección de
objeto por la que buscamos en el amor la satisfacción de sentirnos amados (amor narcisista), como una excusa para
enaltecernos, donde el ser amado es objeto de deseo en tanto en cuanto satisfaga
nuestro ego.
Ni tampoco condicionamos nuestra
relación en aras de un fantasma (amor
fantasmático) con el que dar salida a un complejo instaurado: como el de la
víctima que busca al verdugo midiendo la intensidad del amor en función del
sufrimiento. O aquellos que se fijan en sus semejantes atendiendo a su propio
síntoma (amor sintomático).
Sino que se busca al otro en la medida
que nos complementa, aun sin cubrir todas nuestras necesidades afectivas (de
protección y amparo buscadas en el amor anaclítico) y por tanto, sin exigir que
sean cubiertas.
Aceptando nuestra limitación para
proveernos de lo que nos falta desde una posición de humildad, donde el otro
tiene algo para darnos más allá de nosotros mismos (que se ensombrece en el
amor narcisista). Y donde para amar no
es necesario buscar al que contribuya a nuestro fantasma o síntoma destinados
con el fin de aplacar la angustias o incapacidad de movernos en otro registro
pues entonces el amor sería un instrumento para un fin y no un fin en sí mismo.
Como dijo Séneca: si quieres que te amen… AMA.
Psicóloga en Cáceres y Salamanca. Aurora Gardeta Gómez.