lunes, 23 de junio de 2014

CÓMO ELEGIMOS A NUESTRA PAREJA

Si de algo podemos sentirnos orgullosos los psicoanalistas es que tenemos una explicación para casi todo, y si no la tenemos ya nos encargamos de buscarla hasta debajo de las piedras con tal de que ninguna pregunta quede por responder.

De manera que con nuestra teoría del inconsciente, por la que reconocemos no saber lo que se esconde detrás de cada elección, formulamos un conjunto de hipótesis para dar sentido a los comportamientos, sentimientos y pensamientos que nos definen.


Y como no podía ser de otra manera, entre ellas se encuentran las que se refieren a la elección de la pareja, máximo representante de la necesidad de compañía del ser humano, en forma de atracción hacia nuestros semejantes para huir de la soledad (Erich From).

Si partimos de las teorías básicas de estructuración de la personalidad que comienza a elaborarse en la infancia, los referentes más directos e influyentes sobre nuestra psique son los padres.

Es de esperar por tanto que los hijos encuentren en el progenitor del mismo sexo la figura con la que identificarse y del sexo opuesto su primera figura de amor, siendo para el niño la madre y para la niña el padre (también llamado en el argot psicoanalítico complejo de Edipo y Electra).

De manera que en la vida adulta el legado de aquella herencia se traduce en una elección de amor siguiendo los patrones originarios de similitud con el padre o la madre, como puede ser el parecido físico, la profesión, éxito social, actitudes proteccionistas, autoritarias, características personales como la exigencia, inseguridad, perfeccionismo, liderazgo, o elementos simbólicos.

Las parejas que se estructuran en base a este supuesto evidencian su elección en el apelativo cariñoso de papi y mami utilizado para dirigirse a su hombre o mujer.

Quizás, una vez adoptados los roles de padre y madre respectivamente en la pareja, el cariño, apoyo, incondicionalidad y compromiso estén servidos, pudiendo sobrevivir la pareja papá-mamá toda la vida. Sin embargo la intimidad entre ellos puede encontrase con importantes barreras, pues las figuras paterna y materna están desprovistas de toda erotización, y mezclar ambas representaciones (pareja-padre o pareja-madre) resulta incompatible.

Para ilustrar con un ejemplo rescato la provocadora pregunta que un profesor de psicoanálisis nos hizo al grupo que estudiábamos la dinámica del amor a través de los textos Freudianos y que a nadie dejó indiferente: ¿saben lo que deben hacer para mantener a un hombre en sus vidas? Conviértanse en su madre cuidadora y no podrán abandonarlas.

De cualquier manera, hace falta un consenso implícito por ambas partes donde los términos de este amor llamado anaclítico se consagre en aras de la dependencia con el otro adquiriendo así un sentido más de necesidad que de amor.

Pero esa no es la única explicación que tenemos acerca de cuales son nuestras motivaciones (inconscientes) a la hora de elegir una pareja, pues no solo se pone en juego las características que tiene la otra persona, sino también las nuestras. Es decir, la elección de la pareja en función de características propias, también llamado elección de amor narcisista.
En este tipo de parejas se ama el rasgo del otro que se ama de uno mismo, donde la búsqueda de características del otro va en función de las que uno valora de sí y por tanto de los demás. Este tipo de parejas serán aquellas que presumen ser muy parecidos, haciendo alarde de su similitud como símbolo de la unión.
Una vez escuché a un recién enamorado responder a la pregunta de ¿qué te enamoró de ella? diciendo: es igual que yo pero en mujer.
Con frecuencia el postulado analítico vincula más este tipo de elección a la mujer que al hombre, bajo el supuesto de que nuestra elección de objeto (entendido en este caso como elección de pareja) no es tanto por las virtudes del objeto en sí (atributos físicos o personales del hombre) como por cuan queridas nos hacen sentir.
Lo que explicaría una mayor preocupación de la mujer por escuchar en boca de su amado que la quiere, siendo una necesidad más urgente la de comprobar que él me quiere que la de responder a la pregunta ¿lo quiero yo a él?

Al igual que sucede con la sexualidad, manejada desde el deseo del otro y no desde el placer compartido, como los que solo pueden disfrutar una vez que son capaces de proveer de placer.

Pero aquí no acaban las elucubraciones acerca del amor. También se ha teorizado acerca del  llamado amor fantasmático, por el que se busca que la pareja dé sustento al patrón que uno desempeña a lo largo de la vida. Este tipo de amor explicaría el por qué, tras una relación tormentosa de maltrato, la siguiente pareja resulta ser de nuevo un maltratador.

Imaginemos que cada cual ocupa una posición psíquica en su vida, como si fueran los papeles que se reparten en una función de teatro y que corresponden al fantasma al que nos referimos.
Pues bien, dentro de la basta complejidad de los roles que el ser humano es capaz de representar, o dicho de otro modo, de los “fantasmas” con los que uno carga, la víctima es uno de tantos que se expresan a través del amor y que se traducen en elecciones de amantes verdugos que completen la asignación. Es decir, el fantasma sería el esquema  integrado de una identidad compleja que busca su correlato. De esta forma, el fantasma de la víctima solo se complementa con el verdugo, el del amo con el del esclavo, que se busca inconscientemente para que el guión adquiera sentido.
  
Y en referencia a características más puntuales y acotadas de la personalidad, nos encontramos con el amor sintomático.
Siguiendo la metáfora teatral anterior, a algunos les toca desempeñar el papel protagonista: líderes sociales en el escenario de la vida que sin duda elegirán parejas que no le hagan competencia. Otros sin embargo serán los actores secundarios: los que nadie conoce, los que pueden ser sustituidos por cualquiera, los que pasan sin pena ni gloria por la escena, como sería la suerte de los introvertidos, condenados al anonimato en cualquiera de sus círculos relacionales.

Como el testimonio de una joven cercana, silenciosa y reservada en extremo, que mantiene una relación duradera con un chico dinámico, movilizador y “parlanchín” hasta la saciedad.
Ambos perfectamente encajados a su pareja a través del síntoma: junto a él, el pasar desapercibida es tarea fácil. Junto a ella, el sobresalir en cualquier encuentro está asegurado.

Pero no todas las elecciones de pareja se hacen en base a un supuesto enredado y cuestionable que oscurezca la belleza que entraña el amor. También el amor maduro, aparece en nuestras clasificaciones con el nombre de partenaire-síntoma.

Este tipo de relación de pareja aparece cuando no se pretende buscar sustitutos del padre o la madre en el amor anaclítico desprovisto de sexualidad, donde la dependencia se significa por encima del compromiso.

Tampoco responde a la elección de objeto por la que buscamos en el amor la satisfacción de sentirnos amados (amor narcisista), como una excusa para enaltecernos, donde el ser amado es objeto de deseo en tanto en cuanto satisfaga nuestro ego.

Ni tampoco condicionamos nuestra relación en aras de un fantasma (amor fantasmático) con el que dar salida a un complejo instaurado: como el de la víctima que busca al verdugo midiendo la intensidad del amor en función del sufrimiento. O aquellos que se fijan en sus semejantes atendiendo a su propio síntoma (amor sintomático).

Sino que se busca al otro en la medida que nos complementa, aun sin cubrir todas nuestras necesidades afectivas (de protección y amparo buscadas en el amor anaclítico) y por tanto, sin exigir que sean cubiertas.
Aceptando nuestra limitación para proveernos de lo que nos falta desde una posición de humildad, donde el otro tiene algo para darnos más allá de nosotros mismos (que se ensombrece en el amor narcisista).  Y donde para amar no es necesario buscar al que contribuya a nuestro fantasma o síntoma destinados con el fin de aplacar la angustias o incapacidad de movernos en otro registro pues entonces el amor sería un instrumento para un fin y no un fin en sí mismo. Como dijo Séneca: si quieres que te amen… AMA.

Psicóloga en Cáceres y Salamanca. Aurora Gardeta Gómez.