Continuando en el buceo por esta díada de relación médico paciente que comenzó en el artículo anterior, ya desde el comienzo, cuando entramos en una consulta y haciendo alusión a lo más evidente, nos diferencia la propia imagen: la ropa. Y es que con independencia del estilo de cada uno, y desde luego no estamos hablando de una cuestión estética, el profesional lleva bata y eso lo distingue. Es una seña de identidad, que por otra parte queda por-encima de la suya (de su ropa, me refiero).
Y todo esto genera un caldo de cultivo bien propicio para cierto vínculo paternalista, donde hay un sujeto activo que cura (médico) y un sujeto pasivo que se deja curar (paciente).
Como personas expuestas a un mismo sistema de convivencia, ocupamos lugares de inserción dentro de él, y de la simetría versus asimetría que se instaure en cada relación, se derivan otras tantas implicaciones.
Una de ellas: el lugar del saber, aquí, asimétricamente colocado: hay uno que sabe más que otro o simplemente hay uno que sabe (el médico) y otro que no sabe (el paciente). Sin embargo tanto el médico como el paciente, tienen un saber, pero saben diferente.
Las creencias sobre la causa de la enfermedad son un aspecto central de la experiencia de los que están o se sienten enfermos y que constituyen una teoría de la etiología, que interactúa con el concepto que los médicos tienen sobre las teorías biológicas de la enfermedad. Considerarlas puede rescatar el caos inherente al padecimiento.
Por desgracia, cada vez son más los testimonios de conocidos con un diagnóstico grave que cada cual asume como puede. O bien con la devastadora culpa por los hábitos de toda una vida que un día pasaron factura, o bien con la resignación de que sea voluntad de alguien que está por encima de nosotros, o bien con la rabia de que uno no merecía eso.
El caso, y no debe ser nada fácil, es que le toca a los médicos comunicar la noticia y son los primeros receptores de la reacción. Como decía Montaigne “la palabra es mitad de quien habla y mitad de quien la escucha. Este último debe prepararse a recibirla”.
Mi consejo de sabios (más comúnmente llamados amigos) hace poco comentaban su molestia tras haber recibido indicaciones de quien en la ciudad se considera una profesional médica de reconocido prestigio, pero a la que ponían en duda por su desapegado trato con los pacientes.
Y por ellos rescato, a sabiendas de que el consuelo no sea la función específica del médico, que de acuerdo con la etimología griega del nombre que les representa, clínico (Kline) deriva del verbo Klinéin: inclinarse, es decir, agacharse, ponerse a la altura del paciente, de alguna manera acompañarle y sostenerle.