“EL SINDROME DE FORTUNATA”, mujeres que se involucran afectivamente con hombre casados estableciendo relaciones de dependencia con ellos.
Seguramente hayan conocido (o
experimentado en sus propias carnes) a alguien cuyo deseo se encamina a poseer aquello que de primeras no le
pertenece o se presenta inalcanzable. Haciendo un escrutinio aleatorio a
nuestro alrededor, ¿cúantas veces no hemos deseado el trabajo, una habilidad,
el físico o algún que otro bien material de nuestros allegados?
En el argot callejero incluso se
ha patentado con la amable expresión de
“envidia sana” para referirse a tal dinámica. Pero, ¿y si ese fenómeno
se inserta en lo prohibido y comienza la búsqueda por conseguirlo? Y si el
deseo se dirije, en concreto y por ir afinando el enigma, hacia la entrega de
una pareja que…EUREKA! SORPRESA! CASUALIDAD! ya tiene pareja?
Todo tiene una explicación
psicológica y en este caso viene con nombre y apellidos: “EL SINDROME DE FORTUNATA”, mujeres que se
involucran afectivamente con hombre casados estableciendo relaciones de
dependencia con ellos.
Y decimos mujeres no porque el fenómeno
nos sea exclusivo, sino por respetar la
elocuencia del astuto autor que acuña el término (Barraca Mairal) inspirado en
la obra de Galdós.
Sin embargo, no creemos justo
reservar tal genialidad a la figura del sexo femenino e intentaremos plantear nuestra
propia visión personal extrapolable para las relaciones humanas en general.
La primera pregunta que nos surge
es ¿por qué pareja emparajeda? ¿acaso tiene el deseo hacia un hombre o una
mujer alguna característica peculiar en el caso de las personas con pareja?
Nada que sea de sorprender puesto
que el esquema que subyace al deseo se nutre de aquello que no poseemos, que no
es nuestro, y que es el primero de los preceptos que se cumplen en el síndrome
de Fortunata. Partiendo de este punto, vamos directos al siguiente: si en el
plano de lo real no es mio sino de otra, cualquier aspiración de compromiso
tiene que pasar por el filtro de la fantasía.
La imaginación funciona en este
caso como agente encargado de potenciar los sentidos, sensaciones y expectativas
que con mucha seguridad quedan lejos de todo pronóstico objetivo. Suspirar por
una relación que anhelamos y no podemos tener supone recrear a nuestro antojo
la imagen de un idilio propio del cuento con
príncipes, princesas y castillo.
Otro elemento más controvertido pero
no por ello desechable: aquello que nos
hace bien nos satisface a parte iguales respecto de aquello que nos hace mal.
¿Quién no ha disfrutado moviendo la lengua por esa herida abierta que nos salió
en la boca? Nos duele, si, pero también encontramos cierto goce en ello. Hay
algo de lo masoquista que se mueve en las relaciones imposibles, donde la
intensidad del amor se mide por la intensidad del sufrimiento por la persona
amada que comparte su lecho con otro/a compañero/a.
Y qué decir de la prolongación en
el tiempo de ese amor, ¿cómo dura tanto a pesar de los inconvenientes? ¿o
deberíamos decir…alicientes? Quizás precisamente la no-disponibilidad del
objeto de amor que otro hombre/mujer posee es la clave para convertirlo en “deseable” y el propio hecho de tenerlo
haría perder parte de su atractivo.
Y para terminar, el monstruo de
la rivalidad que la mujer o el marido “DE” mantiene despierto y que culmina la
triangulación como las gindas al pastel: primero, reforzando el interés por la persona amada porque nuestro objeto de
deseo es también el de otro, y segundo, avivando la necesidad inherente a todo
ser humano de sentirnos ganadores, incluso por encima del valor del premio a
conseguir: lo importante aquí: ganar la partida aunque nos juguemos caramelos
de limón.