martes, 29 de octubre de 2013

El pene viajero: una nueva categoría diagnóstica

De los manuales diagnósticos establecidos por consenso internacional, elaborados por la comunidad científica, e integrados por una basta relación de nombres rimbombantes que definen los padecimientos mentales, existen dos prototipos de personalidad que se asocian a patrones sexuales de comportamiento: la histeria como máxima representante de la patología femenina y los antisociales de la patología masculina.


Ambas entidades se refieren a una manera de reaccionar, relacionarse y sentir. Por ejemplo, la histeria encarna esas estrategias de seducción, coquetería o superficialidad, con las que se pretende llamar la atención; con más intensidad si cabe tratándose  de la conquista del varón.

El antisocial aunque no tiene aspiraciones de protagonismo, estará dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguir sus objetivos vitales pasando por encima de quien haga falta.

Para la histérica, el resto de mujeres son la ingrata competencia a la que enfrentarse a través de la devaluación o crítica sustentada en profundos sentimientos de celos y envidia, mientras que el antisocial, no necesita artimañas: cualquier cosa que se interponga en su camino es eliminada sin titubeos.

Bajo estrategias primitivas de enfrentamiento, el recurso emocional (que no el racional) se utiliza como vía regia para la consecución de sus planes. En la histeria: la provocación sexual, la teatralidad, la exageración, las reacciones desproporcionadas, la manipulación. En el antisocial: la humillación, impulsividad, la mentira o la agresividad.

La emoción intensa es a ambos como la droga lo es al adicto y el síndrome de abstinencia que les lleva a recurrir una y otra vez de nuevo al “consumo”: el tan temido aburrimiento.

Dentro de este esquema, la realización de deseos en la histeria se traduce en insatisfacción.
Mientras esté presente el anhelo, la incertidumbre, la fantasía o la duda, la diversión está servida. Por eso prefieren postergar sus deseos antes que cumplirlos, prefieren provocar antes que consumar, sentir el amor platónico antes que el compromiso.

El antisocial sin embargo no renuncia a ellos (sus deseos) sino todo lo contrario: los persigue a cualquier precio y con absoluta anestesia emocional si precisa pasar por encima de los demás.

En resumen de lo mencionado en el artículo anterior, la caricatura para cada uno de ellos sería la de la histérica utilizando las armas de mujer, esto es, la seducción para conseguir sus objetivos de generar deseos en los otros, y el antisocial utilizando la fuerza, el miedo, la dureza o la imposición que reafirma su masculinidad, esto es, el falo del poder.

Simplificando aun más y trasladándolo al registro de lo cotidiano, la manera de resolver un conflicto en la mujer histérica sería con el llanto y en el hombre antisocial a golpes.

Esos prototipos de lo comúnmente asociado al comportamiento femenino y masculino sin embargo no han tenido la misma interpretación a lo largo de la historia.

Los orígenes de la histeria se remontan al siglo V a.c., descrita por Hipócrates como una enfermedad causada por un útero aberrante (del griego hystéra: útero o matriz) que viajaba a través del cuerpo y podía llegar al cerebro excitando los tejidos neuronales durante la menstruación y causando alteraciones en el comportamiento de la mujer tales como el descontrol.

Cada época desvela un síndrome nuevo, y el paralelismo moderno de esos cambios emocionales asociados a la menstruación es el actual trastorno disfórico premenstrual. Como podrán observar, en la literatura científica no faltan categorías  para referirnos a cualquier tipo de fenómeno digno de ser catalogado como trastorno.

Pero extrañamente, tal y como señalan Millon y Davis en un ingenioso escrito, “la historia no recoge en ningún momento la existencia de un pene viajero y aberrante que pudiese desprenderse, alojarse en el cerebro y distorsionar la percepción para explicar de este modo la conducta antisocial de los hombres”.

El recurso de la fuerza/destrucción en el hombre, o de la pena/seducción en la mujer han estado igualmente arraigados en la naturaleza humana y quizás no seamos suficientemente honestos si no planteamos una nueva expresión que lo defina.

De nuevo, remitiéndome a los ya citados autores, “ aunque muchas podrían admitir cambios emocionales y conductuales relacionados con su periodo menstrual, las mujeres pueden defender también que estos cambios ocupan sólo unos pocos días al mes, mientras que un pene altera la conducta de los hombres la mayor parte del tiempo”.



Para hacer alarde de nuestra capacidad a la hora de ponerle nombres a las cosas, ¿cabe añadir una nueva categoría diagnóstica? EL PENE VIAJERO.