Seguro
que todos podemos identificar más de uno: rupturas sentimentales tras las que
revisamos nuestra elección de amor, pérdidas de seres queridos que nos instan a
reconstruir los espacios vacíos. Cambios de ciudad, de trabajo, de ideales, que
nos dirigen a explorar senderos desconocidos. Etapas que transitamos de manera
obligatoria donde vemos transformarse nuestra imagen, gustos y exigencias
cuando pasamos de ser niños y entramos en la adolescencia, cuando sobrevivimos
a ella y nos convertimos en adultos.
Y ahora
llega el momento de ser una vez más adaptables: dejarnos arrastrar por la
debilidad no es una opción pero tampoco lo es la fortaleza. El tronco
robusto cuando recibe un golpe se parte, pero el junco flexible resiste y esa
es la base de la resiliencia.
Maslow
decía que la conducta humana se explica por una jerarquía de necesidades organizadas en una pirámide: en la base
encontramos lo esencial: 1) la parte fisiológica. Que respiremos, que
tengamos comida para alimentarnos. Una vez cubierta nuestro siguiente nivel
pasa a ser 2) la seguridad: que estemos a salvo, que tengamos salud, un
trabajo, una propiedad. Cuando este nivel está garantizado pasa a importarnos
3) la afiliación: la amistad, el afecto, la intimidad sexual. Después
viene el 4) reconocimiento: el éxito, la confianza, el respeto y nuestra
autoimagen. Y por último en la cúspide de la pirámide encontramos 5) la
autorrealización, el nivel más alto.
En esta
situación de alcance mundial sin precedente, el camino que cada uno recorre, la
experiencia que tendrá durante y después está directamente ligada a su estrato
en la pirámide. Basta observar cuáles son los temas en las conversaciones de
grupo: el que habla de política es que no está enfermo, el que tiene en riesgo
su negocio, no piensa en salir a pasear, al que le preocupan los kilos que ha
cogido, tiene suerte: sus estratos inferiores están a salvo.
Lo
habitual es que los movimientos dentro de la pirámide los hagamos de manera
vertical: con la evolución vamos conquistando estratos, y una vez conseguidos,
es raro descender y los que quedan por debajo, con frecuencia caen en el
olvido. Con el éxito profesional, amigos, dinero, ¿quién repara en la
importancia de poder salir? ¿Quién se fija en el valor de tener la nevera
llena? Ahora experimentamos una involución descendente y las preocupaciones que
antes nos rondaban se valoran como superfluas. La pregunta es ¿qué quedará de
estas reflexiones cuando todo acabe? ¿mantendremos lo aprendido?
La mejor
manera de predecir el futuro es mirando el pasado y quizás la respuesta de
cómo lo vamos a gestionar ahora está en
cómo lo hicimos en otros momentos.
El camino
de la línea recta ascendente e ilimitada:
Los hay
que cuando escalan en la pirámide y llegan al estrato superior, siguen mirando
hacia arriba generando un sinfín de niveles por encima: del calzado de
temporada a un zapato para cada ocasión. Del grupo de confianza a los
seguidores de Instagram. Este móvil se ha desfasado: vamos a por la nueva
versión. Una dieta no es suficiente: ahora paso por quirófano para la imagen de
revista. Y siempre hay algo más y mejor y sino, nos lo inventamos. Con
probabilidad, estas personas no sufrirán un efecto transformador de la
experiencia porque cuando vuelvan a recuperar un escalón, dejarán de atender
los anteriores.
El otro
movimiento: llegado al último escalón, la mirada se re/invierte:
Lo tengo
todo y aunque podría conseguir más, me paro a contemplar lo que dejé atrás. Lo
miro con deseo y orgullo. Esta es mi imagen, este es mi lugar en la sociedad,
ahí están mis seres queridos. Voy a cuidar lo que quedó por debajo convirtiendo
los escalones inferiores en el nuevo nivel, que en la nueva posición se
aprecian con otra perspectiva. Así pasamos de la línea ascendente al círculo
que se retroalimenta.
A veces
la clave no está en viajar a sitios nuevos cada vez sino volver a los mismos
con diferente mirada.
¿Qué
camino escoges?
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