Ella todas las mañanas salía a correr desnuda
por el bosque
y cogía flores, muchas flores.
Luego volvía a casa y se
vestía con su vestido blanco y su gran sombrero que llenaba de
flores.
En una mano tomaba sus libros y en la otra el resto de flores que
repartiría entre sus compañeros.
De camino a clase pensaba:
¡qué afortunada
soy y qué afortunados mis compañeros cuando les regale las flores
que tengo para ellos!
Llegaba a clase y repartía una flor a cada uno
de ellos.
Luego se sentaba en su pupitre y se quedaba embelesada
mirando ese único árbol del patio,
que para ella era todo el bosque,
ajena a sus compañeros,
que cuando se daba la vuelta todos tiraban.
Unos a la papelera, otros las pisoteaban...
Cada mañana hacía lo
mismo:
Corría desnuda por el bosque, cogía flores, se ponía su
vestido blanco y su sombrero que llenaba de flores, tomaba sus libros y las
flores que repartiría entre sus compañeros.
De camino a clase
pensaba en lo feliz que era y en lo feliz que haría a sus compañeros con las
flores. Llegaba y repartía una a cada uno y luego se sentaba a mirar ese
árbol
que para ella era todo el bosque.
Hasta que una mañana todos la
rodearon y empezaron a gritarle:
¡no nos gustan tus flores, no queremos tus
flores, déjanos en paz, cursi, extravagante, eso no es propio de una
muchacha de nuestro tiempo.
Ella ya no sale a
correr desnuda por el bosque, ya no recoge flores,
ya no se viste con su
traje blanco ni su gran sombrero con flores,
ya no reparte flores entre
sus compañeros,
pero sigue quedándose embobada mirando ese único árbol
que
para ella sigue siendo todo el bosque.
KAFKA
Cuentos para la reflexión.
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